jueves, 29 de septiembre de 2011

Compartiendo...

Hay días, como éste, que una agradece a la vida lo bueno y lo malo; lo vivido, lo experimentado, lo no dicho. Hay días, como éste, en que la vida se siente plena y sin obstáculos. Hay días, en que el canto del alma se escucha con fuerza en el silencio que nos cobija por dentro. Hay días que no se cambian por nada.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Perfume de Bambú

Espero disfruten este cuento que, espero, pronto sea publicado...

PERFUME DE BAMBÚ
Mis uñas se quedan sobre la piel que no dejo de rascar. Esta maldita comezón se instala en mis brazos, en mis labios que también reviento: con dientes y uñas me abro, mas la sangre no llega a calmar la picazón. Tengo cuatro horas de vida, han dicho, y pienso en Jung-hee sirviendo el té, prendiendo el incienso para los dioses de nuestra casa.
-¡Idiota!
El puñetazo me sorprende, me desbalancea, caigo de la silla. Las patadas me sofocan.
-¡Deja de rascarte!
Los golpes retumban en mi cabeza. Alguien más entra.
¡Amárrale las manos y amordázalo!, ¡idiota!
El escupitajo se estrella en mi cara. Alguien me levanta a la fuerza, cumple las órdenes. Su aliento se queda atrapado en el pasa-montañas. Después de grabar mi súplica, vendaron mis ojos, pero no las orejas pues quieren que escuche: faltan tres horas, y los hombres se ríen, disfrutan el rictus que se forma en mi rostro. Jung-hee, la invoco y su recuerdo aparece. De regreso le compraré la orquídea que tanto le gusta e iremos a escoger el mejor perro que jamás hayamos cebado. Jung-hee, pienso, en el jardín, en la calle, en medio de las luces del bar mientras canta karaoke. Y yo, detrás, junto a ella, de frente, viéndola, oliéndola como siempre para luego recorrerla y hacerla mía entre el perfume de bambú y el dorado de los peces.
-Dos horas –me susurra el encapuchado.
Entran más. Escucho el jaloneo de cables, el acomodo de un tripie, de una cámara que filma. Se colocan a mis espaldas. El que me golpeó, lee una carta. Habla de tropas, de soldados, de muerte, de mi muerte. Exige a mi gobierno no mandar hombres, no aliarse a los infieles. Mi corazón empieza a desbordarse y Jung-hee, con su largo pelo, me pide no subir al avión, quedarme a su lado. Interpreto sus palabras, como tantas veces interpreté para otros este árabe que ahora derrite mis oídos con su rencor ácido.
-Una hora.
Y colocan una alarma cerca. Digo Jung-hee por cada tic-tac. Insoportable hora que me separa de tanto, de todo, que me deja aquí dibujando la silueta de Jung-hee incapaz de quitarme la comezón que comienza a devorarme. Digo Jung-hee y el duro suelo me devuelve su rostro; digo, y el frío cuchillo rebana mi cuello.